El golpe gana en Tegucigalpa

M. Á. BASTENIER 04/11/2009

Aunque Manuel Zelaya vuelva a la presidencia de Honduras un día de éstos, como él pretende, o después de que se elija presidente el 29 de noviembre y con la anuencia del Congreso, como quiere el presidente de facto Roberto Micheletti, la crisis se habrá resuelto con la victoria, quizá a los puntos pero victoria al fin, de la cábala golpista.

El Ejército sacó de la cama a Zelaya el 28 de junio pasaportándole en avión a San José, en lo inmediato porque quería organizar una consulta sobre un futuro referéndum para enmendar la Constitución, que posiblemente no eran, ni una ni otro, constitucionales; pero la razón de fondo era que el presidente estaba llevando el país al chavismo, término que suele pronunciarse como si fuera tan definitivo como tomar los hábitos o un rito iniciático lindante con lo tenebroso. ¿Cómo se gestó ese proceso?

Honduras es el segundo país más subdesarrollado de América, sólo precedido por Haití, y del que dijo el presidente en una ocasión que para poder construir una carretera tenía que pedir un préstamo al Banco Mundial; Zelaya había promovido la adhesión al ALBA -la alternativa bolivariana (chavista) de integración para América Latina-, donde los préstamos son más rápidos y menos onerosos, y a Petrocaribe, que le facilitaba 20.000 barriles diarios de crudo venezolano a precios preferenciales; había elevado el salario mínimo cuando las estadísticas nacionales contabilizan en una población de siete millones un 50% de pobres, de los que una mayoría son indigentes; había pedido perdón por un "programa de limpieza social" perpetrado por el poder en los años ochenta, cuyas víctimas eran mendigos, niños sin techo y vagabundos, entre otros indeseables; y había permitido la venta de la píldora del día después. Con ese abanico de iniciativas se había malquistado con todos los poderes que adornan desde tiempos de la colonia el sistema hondureño.

Pero Zelaya ha tenido que aceptar todo aquello que deja sin efecto su presidencia para poder abandonar la Embajada de Brasil en Tegucigalpa, donde se halla refugiado desde el 21 de septiembre, y ni siquiera así está claro que recupere el cargo. Ha renunciado a seguir promoviendo una revisión constitucional que contemplara la reelección; ha reconocido la validez de las elecciones del 29 de noviembre, que probablemente consagrarán la victoria de su adversario Porfirio (Pepe) Lobo, del Partido Nacional, o, en su defecto, la de su ex vicepresidente Elvin Santos, del Partido Liberal, que tampoco juega a su favor; y el retaco de presidencia que asuma, desprovisto de poder porque tendrá que formar un gobierno de coalición con los dos grandes partidos, se prolongará sólo hasta el 29 de enero, fecha en que deberá dar paso a su sucesor. Y a cambio de ello sólo obtiene una declaración de legitimidad retroactiva de la presidencia a ese 28 de junio en que lo defenestraron, que salva la liturgia democrática y reduce el gobierno de los golpistas a un paréntesis inconstitucional, pero manteniendo todas sus consecuencias. Micheletti habría preferido ahorrarse el regreso incluso pro forma de Zelaya, pero la diplomacia de Barack Obama logró esa victoria menor, que deja, de paso, en el aire la suerte de los que lo derrocaron, si tienen algo o no de que responder ante la justicia.

Y junto a Zelaya el otro gran derrotado es el presidente venezolano, Hugo Chávez. El líder bolivariano sabía de sobra que su compañero de viaje nunca recuperaría la plenitud del poder, pero podía darse por satisfecho con que se pudriera la situación mostrando al mundo la impotencia de Estados Unidos para solucionar el problema, y seguir, así, castigando el mitigado entusiasmo con que la secretaria de Estado Hillary Clinton defendía el restablecimiento de la democracia en Honduras. Pero, sea porque Zelaya ya no aguantaba más asfixiado en la legación o porque Washington, como se dice, tenía medios para presionarle en relación a supuestos quehaceres de su hijo que estudia en Estados Unidos, firmó el acuerdo de Tegucigalpa.

Micheletti, el de la sintaxis desbaratada, capaz de decir blanco y negro en la misma oración, embrollón y maniobrero consumado, sabía que el tiempo y la realidad profunda de cualquier presidencia norteamericana jugaban a su favor. Para Estados Unidos, y no menos para el Brasil del presidente Lula, que quiere tener cerca al chavismo para vigilarlo mejor, aunque no pare de darse ósculos con Chávez, ésta es la mejor solución. Reposición de Zelaya cuando ya no puede hacer daño. Honduras vuelve donde solía.

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