Cercado por los militares y bajo "guerra sicológica", el derrocado presidente de Honduras, Manuel Zelaya, cumplió este lunes cuatro semanas encerrado en la embajada de Brasil, adonde se refugió tras llegar en secreto al país para presionar un diálogo que hasta ahora no da resultado.
Como una "paradoja" o realismo mágico del escritor Gabriel García Márquez, Zelaya describió a la AFP su situación: "El presidente que eligió el pueblo está rodeado por los militares y el presidente que escogieron los militares está rodeado por los poderosos en Casa Presidencial".
"Estas cuatro semanas han sido sumamente difíciles, arriesgando nuestras vidas y la de nuestras familias, en este último tramo en la lucha por darle un simbolismo a la democracia hondureña", comentó.
La mañana del lunes 21 de septiembre la cadena Telesur informó que Zelaya se encontraba en Tegucigalpa, lo cual fue confirmado minutos después en Caracas por el presidente venezolano, Hugo Chávez.
Tras ser negado por el gobernante de facto Roberto Micheletti ante la prensa, Zelaya apareció ante las cámaras en el jardín de la embajada de Brasil, movilizando a centenares de militares y policías antimotines, y así como a sus seguidores.
"Llegué en una forma muy inteligente, de forma totalmente pacífica, sin usar la fuerza, lo que provocó malestar e indignación en ellos. Se sintieron retados y fuimos sometidos al aislamiento y a una guerra sicológica", manifestó.
Más de 40 personas acompañan a Zelaya en su trinchera, entre ellos su esposa, Xiomara Castro, un sobrino, asesores, un sacerdote, miembros de organizaciones que lo apoyan y periodistas de medios extranjeros y de un medio opositor al régimen de facto.
Algunos vecinos debieron mudarse y bares y restaurantes cerraron por ser punto de concentración de marchas de zelayistas, muchas veces desbordadas en choques con los policías.
Restringido el acceso a la embajada, un vehículo de la ONU lleva para Zelaya y los demás ocupantes a diario, la comida y los artículos de higiene personal que son minuciosamente revisados por los militares, quienes escogen lo que puede o no pasar.
En un inicio, la inteligencia militar usó ondas magnéticas para producir dolores de cabeza, según denuncia de los ocupantes, negada por el régimen de facto.
Intensos reflectores encendidos, el estridente sonido de cornetas usadas en los regimientos para despertar a los reclutas o la reproducción del himno nacional o sonidos de animales por altoparlantes, interrumpen cada madrugada el sueño de los ocupantes.
Hace 10 días, en plena instalación de un diálogo supervisado por la OEA, que está este lunes a punto de romperse, los militares colocaron rampas para instalar francotiradores apuntando al interior de la embajada.
Ante los ejercicios militares y el accionar de las armas a medianoche, muchos dentro de la legación duermen con los ojos abiertos ante el temor de un asalto militar, constató un periodista de la AFP en el interior.
"Estamos sometidos a un bombardeo, a una tortura permanente. Asumí la responsabilidad al venir aquí, sabía que eran capaces de asesinarme. No tengo temores, pero sé que estoy en riesgo porque estas son muestras de que esta gente vive a nivel de barbarie y no entiende la democracia", comentó Zelaya.
A punto de fracasar un diálogo que debe decidir sobre la restitución de Zelaya en el poder, los portones de la embajada parecen tener doble cerrojo. "Yo no lo llevé allí, él está voluntariamente, puede quedarse allí todo el tiempo que quiera", dijo hace una semana Miheletti.
-Voselsoberano-
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